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El cementiri marí

Pack de 10 particellas para coro

Coro mixto

BENGUEREL, Xavier

Reg.: B.3829b

175,00 €
P.V.P. (IVA incluido 4%) Añadir a la cesta

  • Traducción: BENGUEREL I LLOBET, Xavier
  • Formación: Orquesta sinfónica: Con voz/coro.
    Coro: Con acompañamiento; Mixto.
  • Géneros: Clásica / contemporánea: Vocal; Sinfónico.
  • Autor letra: VALÉRY, Paul
  • Idioma: Catalán/Francés
  • Soporte: Particellas
  • Nivel de dificultad: Alto-superior
  • Época: 2ª mitad S. XX - XXI
  • Editorial: Editorial Boileau
  • Colección: Siglo XXI
  • Nº de páginas: 40(x10)
  • Medida: 0,00 x 0,00 cm
  • Duración: 45'
  • ISMN: 979-0-3503-4202-8
  • Disponible en digital: No
  • Disponible en alquiler: No

Parte de 10 partes para coro

Si alzamos la vista retrospectivamente hacia lo que ha sido la trayectoria compositiva de Xavier Benguerel (Barcelona, ​​1931) desde principios de los años ochenta del siglo pasado, nos daremos cuenta de que con la ópera de cámara Spleen (1984) comienza una nueva etapa caracterizada por una creciente atracción por las grandes formas, la depuración de un lenguaje musical cada vez más liberado de modelos y escuelas, la búsqueda de un mayor impacto dramático, expresivo y comunicativo, así como una gran heterogeneidad en cuanto a sus estímulos, pretextos o motivos, como podemos ver en obras de tal envergadura y diversidad como en Llibre vermell (1988), Rèquiem a la memòria de Salvador Espriu (1989), Te Deum (1993) dedicado a Josep M. Subirachs, el Concierto para piano (2004), la ópera Yo, Dalí (2011) o el ciclo sobre Las flores del mal para soprano, barítono, coro de niños y orquesta.
 
Así pues, a esta ristra de obras insignes, ahora hay que añadirle otra muy particular: El cementiri marí [El cementerio marino] para recitante, orquesta y coro. Se trata de la obra homónima de Paul Valéry (1871-1945), publicada en 1920, de la que el padre de nuestro compositor, el novelista Xavier Benguerel y Llobet (1905-1990), llegó a publicar cinco versiones (!) en el transcurso de su trayectoria. Por lo tanto, estamos hablando de un poema presente en la vida del compositor desde el tiempo de su juventud en Santiago de Chile, que tuvo lugar la primera edición con ilustraciones de Carles Fontserè.

Aunque largamente codiciado, no fue hasta el 2014 que Xavier Benguerel no se entregó al reto de enfrentarse a este poema mayor del siglo xx: no sólo la obra más importante y conocida de Valéry, sino uno de los poemas líricos más ambiciosos, complejos y sugerentes que jamás se hayan escrito, la bibliografía del cual resulta incluso arrolladora. Se trata de un poema formado por 24 estrofas de seis versos decasílabos (un ritmo, sea dicho de paso, «muy poco frecuente desde las canciones de gesta de la Edad Media, desde Marot y Ronsard (.. .), el decasílabo, tal como estos últimos el practicaron, con cesura y acento en la cuarta sílaba», como precisa uno de sus principales exégetas, Gustave Cohen). O, en palabras del autor, «una figura rítmica vacía, o más bien llena de sílabas vanas, que durante algún tiempo me obsesionó».

Al amparo significativo de unos versos de Píndaro («O mon âme, n’aspire paso à la vie immortelle/mais épuise le champ du posible», en traducción de Aimé Puech), Valéry desgrana una intensa meditación metafísica sobre el cuerpo y el alma, la mortalidad y la inmortalidad, el tiempo y la conciencia, la vida y la muerte. Quizás uno de los aspectos más relevantes de este «monólogo del yo» —así es como lo definió el propio autor— no es sino la forma dramática que reviste mediante cuatro actos hipotéticos articulados por estrofas de la siguiente manera: 1-4 (presencia hipnótica del mar estático); 5-9 (aparición de la conciencia en el tiempo); 9-19 (meditación sobre la muerte y rechazo de la inmortalidad del alma), y, por último, 19-24 (claro decantamiento por la vida, el movimiento del cuerpo, la creación poética, la acción: «Le viento se levante! ... Il faut tente de vivre!», dice justamente el verso más conocido del poema).

Sirva esta mínima secuenciación meramente como una ayuda para relacionarnos con él, sin nunca olvidar lo que decía su autor: «En el universo lírico, cada momento tiene que consumar una indefinible alianza de lo sensible y lo significativo. El resultado es que la composición, en cierto modo continuo, no puede de ninguna manera parapetarse en otro tiempo que el de la ejecución. No existe un tiempo para el ‘fondo’ y un tiempo para la ‘forma’; y la composición, en este género, no sólo se opone al desorden o a la desproporción, sino a la descomposición. Si el sentido y el sonido (o si el fondo y la forma) se pueden disociar fácilmente, el poema se descompone».
Diría que es justamente bueno y partiendo de un acuerdo pleno con Valéry —sobre todo en cuanto al sentido de la composición y en la inseparable conjunción entre sonido y sentido—que Benguerel haya emprendido la transformación de este poema en una obra musical: de hecho, es como si la obra retornara a su condición primigenia, dado que —como nos dice Gustave Cohen—el poema «fue completamente concebido como una especie de sinfonía, las melódicas frases de la cual resonaban en su interior, todavía desnudas de palabras, semejantes a un marco sonoro que encuadrara imágenes flotantes”.

Ante el reto de tener que musicar un texto tan largo como denso, el compositor opta por darle el máximo protagonismo y aísla cada una de sus estrofas —leídas en la traducción de su padre si la obra se interpreta en Cataluña, pero en el original francés en cualquier otra ocasión—, para que resuenen en el oyente y engendren a la vez una respuesta musical, tan discreta como eficaz y reveladora: así, cada estrofa refulge por sí misma mientras que justo después la música —de una orquesta con tratamiento camerístico para acoplarse al tono del poema y no traicionar su esencia— nos prepara para la siguiente, con aportaciones puntuales de un coro (¡ah, Debussy!) tratado como un instrumento más.

Para Benguerel, pues, es tan indispensable preservar la inteligibilidad del texto como la arquitectura musical de la obra con el único objetivo de que palabra y sonido, es decir, poema y música, formen un todo indisociable y perfectamente amalgamado. Sólo así esta obra cumple su triple objetivo concéntrico: dar vida sinfónica a uno de los más grandes poemas del siglo xx, homenajear la figura de quien fue uno de sus mayores intérpretes, y, last but not least plasmar toda la admiración de nuestro compositor por la poesía y la música francesas de aquel periodo.

Àlex SUSANNA

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